
Pedro Roth es un artista plástico atípico. Y por supuesto tal condición en Argentina acarrea sus peligros: ser empujado sutilmente hacia la marginalidad, hacia el desconocimiento. El artista moderno nos muestra su conmovedora y desesperada búsqueda, su narcisismo intolerable, su extrema necesidad de reconocimiento social. Pero el riesgo se transforma en fortaleza cuando se repliega sobre su espíritu y labra su destino como una necesidad histórica. Estamos ante una pintura que se encuentra “en el origen”, que no nos señala padres, que escapa a nuestro juicio. Sus rasgos primarios no guardan familiaridad con la producción de otros artistas o con aquello que circunstancialmente se encuentra impuesto por la moda. La comparación, tarea previa al análisis pero indispensable para la clasificación y el conocimiento posterior, resulta dificultosa. Acaso los hombres solo vemos lo que ya vimos. Sus cuadros, sus dibujos, sus libros, nos causan desconcierto y malestar. Y asoma a nuestro pensamiento la pregunta: ¿así es la pintura? Inútil buscar la perspectiva, la semejanza con la realidad, la concordancia y el equilibrio de los colores, la sutileza de los claro oscuros, las delicadas transparencias. El conjunto se nos presenta como un producto de una creatividad constante, del ejercicio conjunto de la libertad y de la imaginación, de un trabajo intenso y original.
Y el resultado es una imagen de humanidad que se nos impone como una expresión inédita. Carcome trabajosamente su cauce, se precipita en lo absurdo, se estanca en lo contradictorio, se hunde en lo superficial que reaparece en lo profundo…
Pedro Roth utiliza un método automático. Pero el resultado no es precisamente surrealista. El surrealismo propone un método de automatismo psíquico puro, donde la expresión resulta ajena al control de la razón y más allá de todo resultado estético o moral. Tengo para mí que tal método automático no llega al extremo de la expresión que se propone. El hombre no se desprende de su propia historia, lo que es más, la expone en cada uno de sus actos creativos. El hombre construye su particular humanidad en un tiempo histórico, y así día a día, labra su historia individual, como una estructura única, verdadera y universal.
Y así precisamente ocurre con Pedro Roth, que arrastra penosamente su carga cultural, en ese largo camino que va desde Hungría a Buenos Aires, donde se enamora de esta sociedad dividida, transitoria y virtual que sí es, mal que nos pese, profundamente surrealista.
Juliana Borobio