










MEMORIA ARGENTINA
¿Cómo contar, cómo expresar en una obra la tragedia, el profundo horror, la muerte, la desesperación, la impunidad y la falta de justicia?
El arte no tiene la responsabilidad de comunicar valores. Y sin embargo, cuando lo hace, se transforma en un instrumento sumamente poderoso. Al abordar una tragedia, las disciplinas artísticas revelan un nutrido corpus de recursos y metodologías. Los clasificamos no sólo para observar su diversidad y su amplitud de propuestas, sino para que otros puedan aplicar estas operaciones.
El núcleo temporal construye un diálogo y un contraste entre el pasado y el presente. Este método se enfoca en la instancia previa del suceso histórico, en el momento mismo en el que ocurre o en sus consecuencias.
El eje víctimas se centra en sus rostros, sus nombres; en sus familias y sus pertenencias. Es un enfoque artístico que también aborda el testimonio de las víctimas sobrevivientes.
El binomio ausencia-presencia desarrolla ideas desde el concepto de la falta, la pérdida y la rotura, utilizando comparaciones simbólicas o visuales.
El epicentro justicia nos propone, por su parte, un conjunto de obras que ponen la lupa en la responsabilidad de la justicia en tanto institución, en los jueces y en el estado de las distintas causas judiciales.
Los relatos apócrifos, las metáforas y las herramientas literarias forman parte de la guionización y ficción, un método de naturaleza dramática que trabaja con la imaginación para recrear y darle vida a lo verídico.
En el humor gráfico, a su vez, encontramos un constante ejercicio del absurdo, donde el artista esgrime la ironía para criticar con mordacidad la falta de justicia y su lentitud, inoperancia o encubrimiento. Aquí, asistimos a reflexiones punzantes y viscerales únicas, poco frecuentes en otros modos artísticos.
A través de instalaciones, monumentos y obras conmemorativas, la arquitectura simbólica desarrolla espacios de la memoria, lugares físicos para la recordación y el reclamo de justicia.
Otra técnica es la transformación objetual, que retoma los objetos asociados a la tragedia, los más identificables, y los transfigura, procesándolos. Los vuelve portadores de un valor simbólico.
Por último, las técnicas pedagógicas y figurativas son las que están mayormente asociadas a la representación escénica y plástica. Y aquí podemos ubicar, justamente, al programa “Murales por la Memoria”, el proyecto creado por la AMIA y la SIGEN en el 2007 con el objetivo de detener el avance cotidiano y corrosivo del olvido. Su punto de partida e hilo conductor fue la pregunta ¿de qué no nos tenemos que olvidar los argentinos?
En todos estos casos, vemos que el impulso artístico surge de la rememoración. Es un traer al presente aquello que pasó, darle presencia. La memoria no es algo que suceda de por sí, naturalmente. Es una elección que hay que ejercitar, nutrir y trabajar. Es una parte indisoluble de nuestra identidad: somos lo que decidimos recordar. Y al operar en esa dirección, el acontecimiento artístico establece una producción simbólica que mantiene vivo el recuerdo del horror e indaga en sus diversos significados.
Pero, ¿qué ocurre cuando la tragedia permanece impune? Esta labor va acompañada de un reclamo de esclarecimiento. Porque la ausencia de justicia es la peor cara del olvido, y de allí la importancia y la necesidad vital de las conmemoraciones, de los lugares de recordación, de los diversos abordajes disciplinarios para ubicar a la memoria en la agenda permanente. Y esto no significa vivir en el pasado. Todo lo contrario: nos da la posibilidad de construir una historia con valores, un futuro.
“Murales por la memoria” retoma el legado del muralismo mexicano, el valor pedagógico y comunicacional del arte, y la labor comprometida y testimonial de los artistas, que han decidido trabajar esta temática desde su perspectiva. Así, la idea de este programa es que sea un espacio de construcción permanente. Un espacio abierto que nos permita seguir elaborando conceptual y emocionalmente los valores de memoria, verdad y justicia. Hasta el momento, son parte de este programa una serie de seis murales dedicados al Genocidio Armenio, a la Shoá (Holocausto), a la masacre de los pueblos originarios, a los muertos en la guerra de Malvinas, a los 30.000 desaparecidos durante la última dictadura militar y al atentado a la AMIA. En esta exhibición, además, se suma un tríptico –patrimonio del Ministerio de Educación- que fue elaborado de forma colectiva por estudiantes y profesores y que reconstruye los rostros de tres docentes que fueron víctimas de la última dictadura.
Es interesante señalar que la iniciativa se enmarca en el ocaso mismo de un debate sobre la pertinencia o no del abordaje conjunto de las tragedias. Existía la idea –y en algunos sectores aún persiste– de que no conviene dedicarse a la recordación simultánea; de que aquello implica una comparación, y por ende, una banalización. Pero esta discusión ya se presenta antigua. Hay una cosmovisión superadora que nos habla de una memoria integradora, que se nutre de las diferencias y que se unifica en una mirada inclusiva.
Es por este motivo que, al realizar la curaduría del programa “Murales por la Memoria” en el Ministerio de Educación de la Nación, decidimos sumar la instalación “La Vereda de la Memoria”, que fue presentada en el Museo Judío de Berlín en el año 2010. En ella se reproducen baldosas que –en diferentes geografías– están dedicadas a la recordación, tanto en Alemania como en la Argentina. Se trata de placas de bronce que, a su vez, forman parte de un proyecto llamado Stolpersteine, del artista alemán Gunter Demnig, y que busca preservar el recuerdo a quienes fueron masacrados durante el nazismo. Esta iniciativa fue expandiéndose y, hasta el momento, ya se han colocado más de cincuenta mil baldosas en distintas ciudades de Europa. En Argentina, a partir del año 2006, vecinos de diferentes barrios hicieron algo similar –quizás sin saberlo– cuando se organizaron para marcar el paso de los desaparecidos de la última dictadura militar. Desde entonces, colocan baldosas que recuerdan los lugares donde vivieron, estudiaron, trabajaron o fueron secuestrados y todos ellos terminan con la misma frase “barrios por memoria y justicia”. En Buenos Aires, por una iniciativa de la Legislatura Porteña decretada en el año 1999, se han colocado en la calle Pasteur una serie de placas que recuerdan a las ochenta y cinco víctimas del atentado a la AMIA. Sabemos que cada uno de estos tres hechos históricos son diferentes y que responden a causas distintas. Y aún así esta instalación, al colocarlos en la misma vereda, establece un símbolo inequívoco de la unicidad de la memoria.
Porque no deben mirarse con distintas lupas. El trabajo contra el olvido y el reclamo de justicia debe ser uno. Y debemos saber explicar que, al hermanarlas, lo que se busca no es establecer equivalencias: se trata de entender que todos y cada uno de los hechos trágicos forman parte de nuestra identidad, que nos constituyen.
Desde la AMIA abordamos no solo el atentado del 18 de julio de 1994, sino el valor universal de la recordación y el reclamo de justicia como una necesidad imperiosa de saber quiénes somos, de dónde venimos y cómo somos atravesados por la historia. Y cuando la transmisión de los valores es la correcta, la concientización sobre estos acontecimientos sirve de antídoto contra la discriminación, la xenofobia y el alerta contra el autoritarismo y toda practica de violencia.
Los murales que conforman hasta ahora el programa son: “Olvido Terminal”, de Mariano Sapia, relata la tragedia de la Shoá. El mural está dividido en dos partes o planos. Por un lado, de fondo, el artista figura una fábrica de matar con sus distintos recorridos y escalas. Y por el otro, al frente, hay una fila de niños que propone una mirada pictórica y realista; una contraposición entre la vida y la muerte, donde apreciamos la determinación de interpelar al público. ¿Cómo pudo esto ser posible?
“Memoria Argentina”, de Omar Panosetti, nos lleva a los instantes inmediatamente posteriores a la masacre en la AMIA, el 18 de julio de 1994, a las 9:53 hs. Los nombres de las ochenta y cinco víctimas fatales están dispuestos en forma vertical y ocupan el espacio donde antes estaba el edificio. Juntos conforman una bandera diversa y multicolor. Pero también inmóvil como la justicia.
“Rostros para la Memoria”, de Diego Perrotta, es el tercer mural de la serie y constituye un homenaje a los treinta mil desaparecidos durante la última dictadura militar argentina. La obra nos remite a las fotos de las víctimas, en blanco y negro, que se pegaban en las asociaciones de Derechos Humanos para ponerle nombre al reclamo de Memoria, Verdad y Justicia. Por metonimia, estos veinte rostros representan el conjunto de los desaparecidos. Además, se suman veinte palabras que funcionan, en el marco de la obra, como un verdadero manifiesto.
Claudio Gallina trabajó a partir de la pregunta que le da título a su obra: “¿Quién se acuerda del Genocidio Armenio?”. Allí, aborda el genocidio y la histórica lucha por lograr que el mismo sea reconocido. En este sentido, el artista retoma la tragedia no sólo como un suceso aislado, sepultado en el pasado, sino como una materia viva, ligada al presente. Una materia que, a su vez, opera como una advertencia para el futuro.
Para el quinto capítulo de “Murales por la Memoria”, convocamos a Leonel Luna para que realice una obra que tenga como centro a los pueblos originarios de nuestro territorio. Su mural “El origen de los pueblos” aborda la temática a partir de una zona borrosa entre la memoria y la historia, entre la pintura y la fotografía. Aquí, el lenguaje fotográfico es utilizado como un registro y un recurso plástico para desplegar otra verdad. Una que nos permita reflexionar sobre la inconsistencia de las “verdades absolutas”. Para eso, es interesante señalar que se vale de un recurso pictórico de carácter épico.
“El hundimiento”, de Eduardo Faradje, constituye un homenaje a los que perdieron la vida en la guerra de Malvinas. La obra culmina la primera etapa de este programa, y se trata de un gran collage matérico en donde todo colapsa y se reconstruye. Aquí, asistimos a una metáfora profunda y simbólica que aborda el hundimiento del buque General Belgrano. Los materiales inservibles que utiliza el artista se transfiguran en una nueva función: dar vida a una imagen cargada de múltiples significados, de emociones complejas y ambiguas. Y todo esto sin mostrar un solo rostro humano.
Desde un punto de vista más amplio, “Murales por la memoria” se nos presenta como un gran mosaico plástico. Uno que relata cada una de las tragedias referidas y que, además, nos permite retratar otras. En este sentido, la idea es construir marcas que estimulen la recordación y el reclamo de justicia. Marcas que operen como una clara señal del riesgo que conlleva tomar al otro, al prójimo, como enemigo.
Elio Kapszuk
Director Espacio de Arte AMIA
FICHA TÉCNICA
Título: Murales por la Memoria
Artistas: Eduardo Faradje – Claudio Gallina – Leonel Luna – Omar Panosetti – Diego Perrotta – Mariano Sapia
Fecha: Octubre 2016 (se inauguró en La Noche de los Museos 2016)
Se expuso en el Salón Maestro Alfredo Bravo del Ministerio de Educación de la Nación
Se realizó un catálogo de 39 hojas para esta muestra
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