













A principios de 2007 la AMIA decidió realizar una mega exposición que llevaría el nombre de “El Holocausto, desde las tinieblas, al fuego de la memoria”. Básicamente contenía dos partes: un recorrido histórico desde una mirada pedagógica y una aproximación conceptual desde las artes visuales. La idea para esta última era armar un conjunto de obras con la producción existente de algunos artistas que ya habían transitado la temática, junto a otras que las realizarían especialmente para la muestra. En general se trataba de “instalaciones” que ocuparían los contornos de una gran sala circular. Me pareció importante que en el centro de ese espacio hubiese un mural, que de alguna manera, a modo de disparador o quizás de síntesis, permitiera simplemente la contemplación emocional de la tragedia.
Hacía un año que veníamos hablando con Mariano Sapia sobre como nuestro país y las distintas sociedades se terminan acostumbrando a las tragedias que las sacuden. Ahí surgió la idea de realizar un mural que refleje algunos ejemplos, con sus infinitas diferencias, como recordatorio y antídoto contra la capacidad genocida humana. Los temas elegidos eran el aniquilamiento de los pueblos originarios de América latina, el genocidio amernio, el holocausto, los desparecidos durante la última dictadura militar en nuestro país y la matanza étnica en Kosovo. El surgimiento de esta muestra permitiría llevar a cabo este proyecto que se venía gestando, aunque decidimos postergar la idea primigenia para contar todas las tragedias desde “una tragedia”.
Al principio Sapia se dedicó a investigar sobre lo acontecido durante la Segunda Guerra Mundial, privilegiando por un lado la cronología de los hechos pero sobre todo los testimonios de los sobrevivientes. Después vino la etapa de los bocetos donde aparecieron cientos de imágenes, de las cuales solamente algunas empezaron a entretejer lo que sería la obra.
Las dimensiones previstas del mural eran tres metros de alto y nueve metros de largo, compuesto por cinco bastidores, que permitirían su traslado, montaje y desmontaje. Para su realización se armó en el 2º subsuelo del nuevo edificio de AMIA, una especie de taller de campaña donde el artista trabajó todos los días durante cuatro meses. El hecho fortuito y logístico que el mural se realizara ahí terminó construyendo una connotación simbólica importante. Como él mismo decía “el hecho de pintar en un lugar que había sido centro de un atentado, me hacía pensar que no estaba realizando una obra sobre un hecho aislado, sepultado por el pasado, sino que era una materia viva que tenía que ver con el presente y que producía una advertencia sobre el futuro”. Durante ese período varias personas se acercaron a ver como avanzaba la obra y, en más de una oportunidad, Mariano los invitó a incorporar una pincelada. Quizás ahí surgió la idea de colocar, para la exhibición, una pared de durlock que de un lado contuviese el mural y del otro una tela blanca en bastidor con las mismas medidas que el mural, con el objetivo de crear una obra participativa entre los visitantes de la muestra como epílogo de una experiencia. Por varios motivos este proyecto institucional no se pudo realizar y la obra terminada de Mariano Sapia se guardó para ser exhibida más adelante.
Cuando a partir de un acuerdo marco de cooperación entre la SIGEN y la AMIA, se estableció la posibilidad de realizar dos muestras durante el 2010 en el espacio multiarte de la sede de la Sindicatura General de la Nación, nos pareció que era el momento de mostrar y compartir este trabajo. Después de varios años de no ver la obra, Sapia sintió la necesidad de continuar trabajando sobre ella. Había que volver a pensar donde él podría terminarla ya que aquel espacio en AMIA se había transformado en un aula informática. Le dimos varias vueltas al asunto hasta que nos dimos cuenta que la mejor manera de terminarla, o mejor dicho, de “completarla”, era durante la muestra, generando un vínculo entre los visitantes, el artista y la obra.
Podríamos encontrar bastantes diferencias entre lo que es un mural y un cuadro grande. El primero, posee una narrativa particular y tiene una función de texto y testimonio arraigado en cierta tradición muralista latinoamericana. El planteo de sapia está dividido en dos partes. Por un lado, el relato de la tragedia, y por el otro, su claro objetivo de conmover y movilizar. En el fondo, observamos una secuencia de imágenes que muestran la fábrica de matar a través de distintos hitos de la cadena de producción de muerte llevadas a cabo por el nazismo. En el frente nos encontramos con una fila (también cadena) de niños, que ocupan todo el ancho de la obra, que incomodan e interpelan. Sapia desarrolló un sistema de comunicación con la obra a través de esos chicos, como si nos estuvieran invitando a ponernos en su lugar. Sus caras no son patéticas. No están desnutridos y sus vestimentas son normales y cotidianas. Sin embargo, causan una sensación tan fuerte que no se necesita mostrar más sufrimiento que la certeza de entender que ellos serán las próximas víctimas.
El ejercicio de la memoria y de la historia nos sigue convocando a conjugar, en todos los tiempos y personas, el verbo “no olvidar”.
Elio Kapszuk – Director Espacio de Arte AMIA
FICHA TÉCNICA
Título: Olvido terminal
Artista: Mariano Sapia
Fecha: Desde el 22 de abril hasta el 28 de mayo de 2010
Se expuso en Espacio Multiarte de la Sindicatura General de la Nación
Se realizó catálogo para esta muestra
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